Era una noche muy especial y había un gran jaleo en el bosque. Los pastores no paraban en un ir y venir de un lado para otro.Por todas partes se oía: ¿Que gran noticia!
El pequeño abeto también quería ir pero no sabía cómo. A todo el que pasaba le decía: "Yo también quiero ir a ver al Niño"
El jaleo se iba apagando, todos se alejaban y el pobre abeto comenzó a llorar.
Pasó por allí un leñador y el abeto le pidió que le cortara y le llevara... El leñador tuvo una idea mucho mejor; con todo cuidado fue desenterrando las raíces del abeto, lo cargó en su mochila y lo llevó hasta el portal. Cuando el Niño Jesús lo vio, sonrió de oreja a oreja...
Todos los que estaban allí fueron dejando sus regalos en las ramas del abeto para que Jesús lo viera. Le gustó tanto al Niño que a partir de entonces, cada año en Navidad, se pone un abeto en las casas. Así recordamos que el mejor regalo que le podemos hacer a Jesús es querer estar con Él. Y al vernos, Jesús sonríe.